Sin palabras

por Wanda Reyes

Camilo miraba ansioso a cualquier transeúnte que pasaba. En su corazón estaba el deseo desbordante de que ella pronunciara una palabra que pusiera fin a la angustiosa tarde. 

 Sabía que, si sacaba el móvil, ella lo tomaría como una señal de que no le interesaba estar ahí con ella. 

Movía el pie como siguiendo el ritmo de una canción que no sonaba. La miró de reojo. Lucia hermosa, con el pelo atado en una cola impecable, no había un solo cabello fuera de lugar. 

Miraba detenidamente el menú. Estaba apenas maquillada, así como le gustaba a él. Vestía una camisa a cuadros desabotonada hasta donde se podía ver su cadena reposada en el inicio de su escote. Cuando el viento soplaba, su aroma a flores le llegaba sutil, recordándole los besos que le daba en el cuello. Miró que se llevaba la mano a los labios queriendo morderse las uñas, pero se detuvo, le miró fugaz y regresó la mirada al menú. Usaba el anillo de compromiso aún en el dedo y la pulsera, que le regaló de aniversario, en la muñeca.

No recordaba porque habían peleado, no lo entendía. Muchas veces decía cosas sin pensar, una broma pesada, un comentario fuera de lugar. Cuando al final del día llegaba el momento de sentarse a charlar de la monotonía de sus días, ese silencio abrumador inundaba el cuarto y entendía que algo había hecho mal. ¿Qué podría ser tan malo que ni siquiera lo lograba recordar?

 Camilo quería irse y correr desesperado, ese silencio era como una daga al corazón. No podía más que preguntarse: ¿Qué prefería, quedarse y probablemente morir de amor, o huir y no saber si aún lo amaba?

Martha simulaba ver el menú. Desde que llegó al restaurante sabía que iba a ordenar. Un tres leches y un capuchino, con tres de azúcar de dieta. Pero el menú era un refugio seguro. No quería ser ella la que hablara primero. ¡Él empezó la pelea, pues que el empiece a romper el hielo!, este hielo que cada vez más se apoderaba del espacio que los separaba en aquel hermoso día de verano.

 Se había rasurado el bigote. Recordó cuanto peleó con él para que se lo quitara, que bueno que lo hizo. ¿Sería esa su forma de pedir disculpas? «No lo creo, no es tan profundo», se dijo y siguió hablando en su mente como solía hacer. «Aunque el bigote le hacía ver interesante. Mejor no le hubiera dicho que se lo quitara. Esa camisa es nueva. ¡Por lo menos yo no la compré! Lleva la pulsera de cuero que le di en nuestro aniversario y la cadena con el dije de guitarra. Hace días que no se lo ponía». Bajó la mano rápidamente cuando se dio cuenta de que se mordió la uña, no quería que él recordara su vergonzoso hábito, no en aquella ocasión. ¿Qué tal si es la última vez que lo vería y ese sea su último recuerdo? Lo miró unos segundos, Camilo levanto la mirada y pensó que al fin le iba a hablar, pero ella nerviosa bajó la mirada a su refugio.

 «No sé qué hacer, si no me habla creo que voy a gritar. No sé cuántas veces he sido yo la que dé el primer paso, él siempre huye, me evita y luego de varios días en este silencio mortal me habla como si nada pasó. Me parece como si ahora quisiera salir corriendo. Que lo haga, no lo detendré esta vez».       

El silencio fue interrumpido por el mesero que se acercó con dos vasos de agua y preguntó:

—¿Qué van a ordenar?

—Yo quiero un pastel de queso y un capuchino. Para ella un pastel de tres leches y un capuchino con tres de azúcar de dieta.

Me miró como preguntando si estaba bien, no pude más que sonreír y asentir. 

Después de que el mesero se marchó, ambos nos miramos y sonreímos. Él empezó a hablar sin respirar, a decirme lo mucho que me amaba y cuánto odiaba este silencio. Me extendió la mano para que yo la llenara con la mía, y una vez más sentía que todo iba a estar bien. Ya en este momento me ha ganado la batalla, me desarma con su amabilidad y cariño, ya no me acuerdo ni porque nos enojamos.

 Charlamos toda la tarde, hasta terminar caminando por el muelle con una cerveza cada uno en la mano, sintiendo la brisa fresca y el alivio de saber que nos queríamos aún.

#Historiasdemujeres

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