Campanilla Azul

El golpeteo de la lluvia se escuchaba en eco a través de las láminas del techo. La sala a oscuras, mostraba apenas la silueta de un sofá que cubierto de plástico reflejaba la luz de la calle.

Unas  cajas amontonadas en el pasillo dejaban poco espacio para la circulación, en una de ellas se podía leer ¨ropa de Josefina¨, en la otra apenas se descifraba la palabra ¨zapatos¨.

La luz de una reducida vela acompañaba al único habitante de la casa. En el suelo, a sus pies, una llave se veía brillante y hermosa. La parte superior lucia  tallada en hilos de metal,  enredaderas, que formaban tres corazones entrelazados.

La cama estaba desordenada, y la ropa tirada en el suelo. En una esquina junto a la ventana sentado en una vieja mecedora, miraba Tadeo a la negra noche, perdido en sus pensamientos.

Con la mano, sobaba su arrugada frente, como queriendo desvanecer sus ideas. Sus mejillas  llenas de pequeñas líneas que contaban las emociones de los años, ahora  se llenaban de lágrimas saladas.

La camisa abotonada hasta la mitad, era casi traslúcida, alguna vez se distinguió en ella unas pequeñas anclas. Al pantalón arrugado que llevaba puesto, le faltaba el botón. Un mecate azul que tomó del tendedero, hacía las veces de faja y lo aseguraba a su cintura. Los pies cubiertos por calcetines negros, reposaban sobre una pequeña banca, como lo hacía cada noche por instrucciones de Josefina, para ayudarle a desinflamar los pies.

El sonido del reloj cucú de la sala lo sacó de sus pensamientos. Buscó ansioso la llave que ya no estaba en su regazo. Al verla en el suelo, cubrió sus ojos con sus manos y lloró nuevamente desconsolado.

Después de un momento y luego de tres intentos se levantó de su silla. Se agachó sosteniéndose  de la cama y recogió la llave.

Se enderezó despacio, con la mano en la cadera y una expresión de dolor en el rostro. Dio los primeros pasos lentos, guardando la llave en su bolsillo y se dirigió a la cómoda arrastrando los pies, para continuar llenando las cajas que decían ¨ropa de Tadeo¨, «Zapatos de Tadeo¨. Terminó de llenar la última y se quedó observando la foto de Josefina que colgaba de la pared.

Hermosa lucía con su cabellera lisa y castaña. Sus ojos negros parecían mirarlo y su sonrisa lo invitaban a besar sus labios. Tomó el cuadro de la pared, aceptando la invitación y la beso. El dia en que se tomó esa foto fue el dia que hicieron su pacto.

Cincuenta años atrás, un día de invierno como el de aquella noche, Josefina y Tadeo pasaron corriendo junto a un estudio fotográfico, frente al parque  de la ciudad.

El, enamorado, quiso inmortalizar aquella alegría que desbordaba del rostro de Josefina desde el día que descubrió que estaba embarazada. Algo que le habían dicho sería imposible. Ya tenia  8 meses y la espera por conocer a su bebé estaba pronto terminaria.

Tadeo puso la fotografía en la cómoda y sacó la llave de su bolsillo. De la gaveta sacó dos recipientes, uno era un baúl hermosamente decorado. Tenía hojas pintadas de diferentes tonos de verde y una flor campanilla azul en el centro.

Aquella tarde de su juventud, Josefina camino contenta de la mano de Tadeo, con sus fotografías bajo el brazo.  Cuando un crujir de metal los sacó de su felicidad. Dos días después Tadeo con un brazo roto pudo ver a Josefina que acostada en una cama de hospital se debatía entre la vida y la muerte, su hijo había muerto en el accidente pero intentaban salvarla a ella.

Fueron meses duros después de aquel dia, Josefina no volvió a ser feliz como antes, parecía que no quería sentirse contenta. Cuando se reía de alguna broma que Tadeo le hacía, rápidamente la sonrisa y la luz de sus ojos se apagaba. Esa risa, era un placer fugaz para el ahora anciano.

El cuerpecito de su hijo fue cremado y las cenizas se pusieron en aquel baúl con la campanilla azul. Josefina un dia le dio  aquella hermosa llave a Tadeo y le pido que cuando ella muriese, pusiera sus cenizas con las de su hijo.

Hace una semana, cayó enferma. Le pidió a Tadeo que buscara la llave y que la puliera, le señaló se acercara a ella y suavemente susurro en su oído, ¨déjala lo más brillante que puedas¨. Ante su insistente mirada,  lo hizo, dos días después murió.

Hoy cumplia su promesa.

Abrió la urna con los restos de su esposa y unió sus cenizas, en el baúl. El anciano rompió en llanto amargo.

Súbitamente sintió un dolor en su pecho y sonrió amargamente, había dejado de tomar sus pastillas. Ya había empacado , y la carta ya estaba hecha.

Tomó la fotografía y se acostó en la cama donde esperaba despertar junto a su esposa y su hijo, rodeado de campanillas azules y los sonidos de la risa hermosa de Josefina viendo a su hijo dar sus primeros pasos.

Dos días después el cuerpo de Tadeo fue encontrado por el casero que llegaba a dejarle la correspondencia. Sobre la cómoda, estaba el baúl, la llave y una carta que decía:

Soy feliz de nuevo, por favor cremen mi cuerpo y unanme a las cenizas de mi familia que están en el baúl con la campanilla azul.

Tadeo

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